la Quinta Cruzada

En primavera de 1213 el Papa Inocencio III promulgó la bula papal Quia maior, llamando a toda la cristiandad a unirse en una nueva Cruzada. Inicialmente, los reyes europeos, ocupados con sus propias luchas no acudieron a esta llamada. Además el propio Inocencio, dados los antecedentes de la fracasada Segunda Cruzada prefirió atraerse para esta causa a la baja nobleza, caballeros y población en general. En el Concilio de Letrán de 1215 se trató el tema de la recuperación de la Tierra Santa, entre otros asuntos. Inocencio pretendía que la Cruzada estuviera dirigida por el poder papal, para evitar las desviaciones de la Cuarta Cruzada
La cruzada no tuvo gran predicamento entre los caballeros franceses, ocupados como estaban en su propia Cruzada Albigense, no así en Alemania, donde el propio emperador Federico II acabó por intentar unirse a la Cruzada, lo que seguramente iba en contra de los deseos de Inocencio, teniendo en cuenta que precisamente este monarca era el gran enemigo del poder papal. El conflicto finalizó con la muerte de Inocencio en 1216. Su sucesor Honorio III impidió que Federico se uniera a la Cruzada, pero si permitió que lo hicieran Leopoldo VI de Austria y Andrés II de Hungría al mando del ejército cruzado
Campaña
Llegaron a Acre en 1217 donde se unieron a Juan de Brienne regidor del Reino de Jerusalén, Hugo I de Chipre y el príncipe Bohemundo IV de Antioquía para combatir a los Ayubitas en Siria. En 1218 llegó un nuevo ejército al mando de Oliver de Colonia, que junto con Leopoldo y Juan de Brienne, decidió atacar finalmente el puerto egipcio de Damieta. El sitio fue largo y duro, y costó la vida de muchos cruzados y musulmanes, entre ellos el propio Sultán al-Adel, pero finalmente se logró tomar la plaza en 1219. Acto seguido, comenzaron las disputas entre los cristianos por el control de la ciudad. Estas disputas y la falta de ayuda por parte del emperador alemán, retrasaron la continuación de la campaña hasta 1221, año en que los cruzados marchan al sur hacia El Cairo. Para entonces, el nuevo Sultán al-Kamil había reorganizado sus fuerzas, lo que, unido a las inundaciones del Nilo que diezmaron al ejército cruzado en su marcha hacia el Sur, acabó con la definitiva derrota cristiana y su posterior rendición.

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